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Cataclismo ambiental en la isla fenicia

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Cataclismo ambiental en la isla fenicia

A los fenicios la isla de ocho hectáreas que se erigía en mitad de la bahía de Málaga les pareció un lugar perfecto para asentarse: estaba situada en un amplio estuario conformado por la desembocadura del río Guadalhorce, estratégicamente protegida por la amplia rada malacitana, en la vía marítima hacia Tartesos, rodeada de inmensos bosques para obtener madera infinita, de arcillas de calidad para sus talleres alfareros y cercana a poblados indígenas con los que comerciar.Un trabajo en preparación y que se dará a conocer próximamente en un congreso internacional, encabezado por la profesora María Eugenia Aubet, de la Universidad Pompeu Fabra y firmado, entre otros, por José Suárez, profesor de la Universidad de Málaga, relata la historia de aquel asentamiento, conocido actualmente como cerro del Villar. El estudio explica que la isla fue azotada en el siglo VII a. C. por un tsunami “o descomunal evento marino”. No obstante, sus pobladores consiguieron reponerse y reconstruir el desolado entramado urbano. Sin embargo, no lograron superar un hecho que ellos mismos habían provocado: la tala indiscriminada de los tupidos bosques de la cuenca del río.De hecho, este último desastre medioambiental arrebataría a la isla progresivamente su insularidad –hoy en día está a más de un kilómetro de la línea de costa-, por lo que sus habitantes la abandonaron. Cayó en el olvido hasta que sus restos fueron descubiertos en 1965 y excavados sistemáticamente décadas después.Cuando se fundó, y como su entorno inmediato resultaba inadecuado para la agricultura, sus pobladores utilizaron preferentemente el asentamiento como puerto de tránsito y mercado regional, dedicándose, en particular, a comerciar con las poblaciones autóctonas. Su influencia directa alcanzaba unos 18 kilómetros cuadrados. Además, establecieron relaciones de intercambio con otras colonias más alejadas, como La Fonteta, en Alicante.Así, fue creciendo en prosperidad. “Se ha descubierto la gran calle comercial que cruzaba la ciudad con viviendas y tiendas de todo tipo, herrerías y talleres metalúrgicos. Igualmente, se inició una gran producción alfarera en el VII a.C., especializándose en contenedores y ánforas de transporte”, explica José Suárez.Aubet excavó en 1989 la parte central de la isla e identificó “diez niveles superpuestos de ocupación casi ininterrumpida entre los siglos VIII y VI a.C., con un grosor de más de cuatro metros”. Cada nivel tiene una composición con sedimentos y materiales de naturaleza distinta. El nivel V —entre 1,15 y 1,30 metros de grosor— es el más extraño. Está formado por “arenas gruesas que sugieren un estrato formado por un lavado o barrido de acción rápida y devastadora de grandes proporciones de origen marítimo, que se pueden poner en relación con un fenómeno de oleaje extremo”, mantiene el estudio.Y continua: “El análisis de la fauna hallada en los depósitos de aluvión, representada por moluscos y peces, como la lubina, apunta a una procedencia de alta mar del evento que destruyó viviendas, muros y paredes de adobe”. Es decir, una gran tempestad o un tsunami.Una de las estancias que sufrió este trágico episodio debió formar parte de una vivienda o de un almacén a juzgar por la gran cantidad de ánforas encontradas –griegas y fenicias-, entre ellas ollas de cocina, una con restos aún de pescado. Entre las piezas halladas la más singular es un ánfora que contenía aceite de calidad, de producción de taller de Grecia del Este, de 33,4 centímetros de altura con un sello de características egipcias, el halcón Horus y bajo él un grafito en forma de T. Fue fabricada sobre el 700 antes de Cristo, y es la mejor conservada, de su tipo, descubierta en la península Ibérica.Tras la destrucción que llegó del mar, se produjo el abandono de las zonas residenciales y de las áreas de mercado. Sobre los restos de uno de los edificios hallados, se formó el denominado “estrato IV”, repleto de abundantes escorias cerámicas, y construcciones vinculadas a un taller alfarero, lo que demuestra que los fenicios terminaron convirtiendo la isla en una especie de área industrial entre el 620 y el 570 a. C. y dependiente de la poderosa Malaka (Málaga).Pero la actividad industrial demandaba abundante leña y las tierras del interior se deforestaban también para la explotación agrícola, fundamentalmente la vid. Esto provocó que el paisaje del estuario del Guadalhorce se degradase rápidamente, convirtiéndose en un lugar “inhóspito y muy vulnerable”, relata el profesor malacitano.“El análisis de los sedimentos refleja una clara evolución hacia aguas estancadas y la desaparición de la isla como consecuencia de la colmatación aluvial de la zona deltaica”, asevera Suárez. La población no pudo soportarlo y se trasladó a Málaga. La colonia había fracasado.La ira de los diosesLa Covid-19 ha retrasado hasta septiembre de 2021 la continuación de los trabajos de investigación en el Cerro del Villar para confirmar “la existencia de una destrucción catastrófica de origen marino”, señala Manuel Álvarez Martí-Aguilar, profesor de la Universidad de Málaga. La futura investigación se enmarca en el proyecto ‘Terremotos y tsunamis en la península Ibérica en época antigua: respuestas sociales en la larga duración (Proyecto Tsuniber)’, financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación, la Agencia Estatal de Investigación y el Fondo Europeo de Desarrollo Regional (FEDER).
El equipo, dirigido por Manuel Álvarez, lo integran también José Suárez, Francisco Machuca y José Manuel Martín, de la Universidad de Málaga, apoyados por la propia María Eugenia Aubet, la experta que dirigió la investigación del yacimiento a partir de los años ochenta del pasado siglo.
En 2017 el Ayuntamiento de Málaga encargó una serie de estudios geofísicos del subsuelo del yacimiento, en el marco de la elaboración de un Proyecto de Viabilidad para la creación un Parque Arqueológico en el Cerro del Villar. Los trabajos, liderados por Suárez y llevados a cabo por los profesores José Peña y Teresa Teixidó, ambos del Instituto de Investigación Andaluz de Geofísica y Prevención de Desastres Sísmicos, permitieron confirmar la existencia de estratos que presentaban un alto nivel de salinidad y que resultaban compatibles con la existencia de una inundación de origen marino en el asentamiento, datos compatibles con la hipótesis formulada en su día tras el estudio de los datos aportados por la excavación de 1989.
Con todos estos precedentes, el objetivo de la actuación prevista por el nuevo equipo de investigación del Proyecto Tsuniber consistirá precisamente en confirmar “analizar el horizonte de destrucción catastrófica de origen marino” mediante el empleo de precisos estudios microestratigráficos, intentando dilucidar, incluso, si se trató de una gran tempestad o de un tsunami. Para ello se contará con la cooperación de equipos de expertos internacionales como el dirigido por Klaus Reicherter, de la Universidad de Aquisgrán (RWTH Aachen).
El proyecto Tsuniber, además del Cerro del Villar, aborda otros casos de estudio sobre el impacto y las consecuencias de antiguos tsunamis acaecidos en las costas peninsulares, como el que se ha puesto en relación con la crisis de Tarteso, en el siglo VI a.C.; el supuestamente ocurrido en el Golfo de Cádiz en el siglo III a.C.; o los documentados en las costas del sur de la Península Ibérica en época altoimperial y tardoantigua.
Los expertos quieren valorar “las respuestas sociales frente a la catástrofe y las estrategias colectivas de resiliencia a través de los horizontes culturales tartesio, fenicio y romano”, abordando, entre otros aspectos, “las respuestas religiosas frente a estos fenómenos”.


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